El despertar
José Agustín Ortiz Pinchetti
12 de octubre de 2008
■ La hora de Miguel Ángel
El día que impusieron a Miguel Ángel Granados Chapa la medalla Belisario Domínguez por su trayectoria como escritor y periodista la nación pareció resquebrajarse. Se produjo la cuarta devaluación en unos cuantos días. El paradigma de la estabilidad cambiaria se vino abajo. Resultaron inútiles los terribles sacrificios que se impusieron a la población, sobre todo a los más humildes, durante 15 años, por mantenerla a toda costa. Ese día hubo más de 20 asesinatos en todo el país, incluidos los de jefes policiacos y militares. Las manifestaciones de profesores y de campesinos adquirieron una virulencia extrema. Por todas partes aparecieron signos de descontento, violencia y movilización. Un ambiente de final de régimen. Bien hizo Miguel Ángel de comparar el México de hoy con el año sangriento y oscuro de 1913.
La generación de Miguel Ángel, que es la mía, llega así a la plenitud de su madurez sin dar buenas cuentas. Reconozcamos: dejamos un país mucho peor que el que recibimos. Los que pasamos la juventud en la época de oro de la presidencia imperial recordamos que en 1962 cumplíamos 30 años de crecimiento continuo a más de 6 por ciento. Años enteros de pleno empleo, de tranquilidad y de paz social. Se hablaba de que México vivía una transformación milagrosa. Pero también vivíamos en una ilusión. El régimen era autoritario y la pirámide social permanecía. La estabilidad olía a establo, como diría Zaid en 1968. La generación anterior y la nuestra no pudieron hacer las reformas que hubieran puesto a México en el camino de su autorrealización, de erigirse en potencia moderna: una reforma fiscal progresiva, un sistema de rendición de cuentas que atemperara la corrupción y eliminara la impunidad y, por supuesto, una reforma democrática auténtica y generosa. Ninguno de los presidentes priístas de la segunda mitad del siglo XX tuvo dimensión de estadista. Todos carecieron de visión histórica. Varios fueron corruptos a un extremo monumental y en distintas medidas todos fueron reaccionarios. El desastre actual ha sido rematado por la ineptitud de los gobiernos panistas, pero es secuela y herencia de la descomposición del régimen del PRI.
Retomando el discurso de Miguel Ángel, pienso que es difícil reconstruir la casa que albergue a todos. La que hoy habitamos está dañada de modo irreversible. Pero podemos construir una nueva república basada en la justicia, la autodeterminación y la libertad, condiciones que nos han sido ajenas y cuya ausencia genera el siniestro momento que vivimos.
Fuente : La Jornada
José Agustín Ortiz Pinchetti
12 de octubre de 2008
■ La hora de Miguel Ángel
El día que impusieron a Miguel Ángel Granados Chapa la medalla Belisario Domínguez por su trayectoria como escritor y periodista la nación pareció resquebrajarse. Se produjo la cuarta devaluación en unos cuantos días. El paradigma de la estabilidad cambiaria se vino abajo. Resultaron inútiles los terribles sacrificios que se impusieron a la población, sobre todo a los más humildes, durante 15 años, por mantenerla a toda costa. Ese día hubo más de 20 asesinatos en todo el país, incluidos los de jefes policiacos y militares. Las manifestaciones de profesores y de campesinos adquirieron una virulencia extrema. Por todas partes aparecieron signos de descontento, violencia y movilización. Un ambiente de final de régimen. Bien hizo Miguel Ángel de comparar el México de hoy con el año sangriento y oscuro de 1913.
La generación de Miguel Ángel, que es la mía, llega así a la plenitud de su madurez sin dar buenas cuentas. Reconozcamos: dejamos un país mucho peor que el que recibimos. Los que pasamos la juventud en la época de oro de la presidencia imperial recordamos que en 1962 cumplíamos 30 años de crecimiento continuo a más de 6 por ciento. Años enteros de pleno empleo, de tranquilidad y de paz social. Se hablaba de que México vivía una transformación milagrosa. Pero también vivíamos en una ilusión. El régimen era autoritario y la pirámide social permanecía. La estabilidad olía a establo, como diría Zaid en 1968. La generación anterior y la nuestra no pudieron hacer las reformas que hubieran puesto a México en el camino de su autorrealización, de erigirse en potencia moderna: una reforma fiscal progresiva, un sistema de rendición de cuentas que atemperara la corrupción y eliminara la impunidad y, por supuesto, una reforma democrática auténtica y generosa. Ninguno de los presidentes priístas de la segunda mitad del siglo XX tuvo dimensión de estadista. Todos carecieron de visión histórica. Varios fueron corruptos a un extremo monumental y en distintas medidas todos fueron reaccionarios. El desastre actual ha sido rematado por la ineptitud de los gobiernos panistas, pero es secuela y herencia de la descomposición del régimen del PRI.
Retomando el discurso de Miguel Ángel, pienso que es difícil reconstruir la casa que albergue a todos. La que hoy habitamos está dañada de modo irreversible. Pero podemos construir una nueva república basada en la justicia, la autodeterminación y la libertad, condiciones que nos han sido ajenas y cuya ausencia genera el siniestro momento que vivimos.