El Despertar
El duro racismo mexicano
José Agustín Ortiz Pinchetti
Ciudad de México. Domingo 7 de junio de 2009
Escribo de nuevo sobre el racismo. Mis lectores me lo piden constantemente en los medios electrónicos y cuando me ven en los actos políticos.
La discriminación, la supervivencia de las cartas, la hegemonía blanca de origen europeo sobre 85 por ciento de la población son a la vez obvias y enérgicamente negadas tanto por el gobierno como por la mayoría de las instituciones. Muchos pensadores inteligentes y sinceros (casi todos ellos criollos) se niegan a aceptarlo y mantienen el mito de que México es una sociedad homogénea y que las únicas discriminadas son las etnias indígenas en proceso de desaparición.
Nuestro racismo es hipócrita, sutil, eficaz. Para poder denunciarlo eficazmente necesitaríamos un apoyo científico como el que tuvieron los que impugnaron el racismo en Estados Unidos, con excelentes resultados. Aquí, las universidades, los institutos de investigación y el gobierno se muestran renuentes a proporcionar elementos y a orientar una pesquisa a fondo.
División de la sociedad
Nuestro racismo es muy duro porque se disfraza. Si usted quiere comprobar cómo está dividida la sociedad mexicana no tiene sino que observar la realidad cotidiana. Vea usted quiénes viven en los barrios más elegantes de la ciudad de México. Quiénes son servidos y quiénes sirven en los mejores restaurantes. Quiénes tienen acceso a los puestos de mando en las empresas, en el poder cultural, en la política. Los paradigmas estéticos-eróticos que sirven como base a la publicidad comercial utilizan modelos de raza blanca, caucásicos y generalmente nórdicos. Los extranjeros se asombran tanto de la discriminación como de nuestras negaciones.
Como señaló Agustín Basave, en 2006 la campaña sucia contra Andrés Manuel tuvo el propósito de activar el odio entre las castas e identificó a los obradoristas como nacos, pelados; como gente inferior y peligrosa.
En el futuro esto puede reaparecer y detonar una explosión social. Mientras tanto, nuestro racismo perpetúa nuestra desigualdad. Vivimos en una sorda guerra de clases y de castas.
Fuente : La Jornada
El duro racismo mexicano
José Agustín Ortiz Pinchetti
Ciudad de México. Domingo 7 de junio de 2009
Escribo de nuevo sobre el racismo. Mis lectores me lo piden constantemente en los medios electrónicos y cuando me ven en los actos políticos.
La discriminación, la supervivencia de las cartas, la hegemonía blanca de origen europeo sobre 85 por ciento de la población son a la vez obvias y enérgicamente negadas tanto por el gobierno como por la mayoría de las instituciones. Muchos pensadores inteligentes y sinceros (casi todos ellos criollos) se niegan a aceptarlo y mantienen el mito de que México es una sociedad homogénea y que las únicas discriminadas son las etnias indígenas en proceso de desaparición.
Nuestro racismo es hipócrita, sutil, eficaz. Para poder denunciarlo eficazmente necesitaríamos un apoyo científico como el que tuvieron los que impugnaron el racismo en Estados Unidos, con excelentes resultados. Aquí, las universidades, los institutos de investigación y el gobierno se muestran renuentes a proporcionar elementos y a orientar una pesquisa a fondo.
División de la sociedad
Nuestro racismo es muy duro porque se disfraza. Si usted quiere comprobar cómo está dividida la sociedad mexicana no tiene sino que observar la realidad cotidiana. Vea usted quiénes viven en los barrios más elegantes de la ciudad de México. Quiénes son servidos y quiénes sirven en los mejores restaurantes. Quiénes tienen acceso a los puestos de mando en las empresas, en el poder cultural, en la política. Los paradigmas estéticos-eróticos que sirven como base a la publicidad comercial utilizan modelos de raza blanca, caucásicos y generalmente nórdicos. Los extranjeros se asombran tanto de la discriminación como de nuestras negaciones.
Como señaló Agustín Basave, en 2006 la campaña sucia contra Andrés Manuel tuvo el propósito de activar el odio entre las castas e identificó a los obradoristas como nacos, pelados; como gente inferior y peligrosa.
En el futuro esto puede reaparecer y detonar una explosión social. Mientras tanto, nuestro racismo perpetúa nuestra desigualdad. Vivimos en una sorda guerra de clases y de castas.
Fuente : La Jornada