Cananea, negociación impostergable
Manuel Camacho Sólis
Ciudad de México. 27 de abril de 2009
Cananea es, en 2009, una zona de desastre para la política. Lo es por su valor simbólico, pero sobre todo por la incapacidad de un régimen —que aspira a ser democrático— de resolver un conflicto laboral por la vía pacífica, en detrimento de los derechos e intereses legítimos de las partes obrera y patronal.
Desde un principio, la huelga debió de haberse enfrentado por la vía de la conciliación. En una empresa, el diseño de suprimir a una de las partes, es pretencioso e impráctico; sobre todo si la parte que se propone excluir puede defenderse en los tribunales y tiene poder real. Los trabajadores, cuando tienen alguna posibilidad —así sea mínima— de defensa jurídica, determinación para resistir y sus líderes no se venden. El empresario, cuando puede mover su recurso fuera (en este caso explotar otra mina en Perú) y tiene la posibilidad de prolongar indefinidamente el conflicto, aun si ello le representa pérdidas cuantiosas. Cananea es de este género: obreros resistentes y patrón inflexible, llevan a conflicto largo y riesgoso.
Desde que la huelga comenzó, los costos han sido enormes para los trabajadores y para sus familias. También para el patrón. El señor Germán Larrea ha visto disminuido significativamente su patrimonio por la caída en los precios del cobre por la recesión, sus litigios internacionales y las ventas no realizadas por el paro en el momento de los más altos precios.
La dialéctica del conflicto ha polarizado aún más a las partes. Aunque con distintos alcances, la empresa patrocinó una costosa campaña en los medios para acusar a Napoleón Gómez Urrutia de haberse robado 55 millones de dólares y el sindicato, aunque con recursos más escasos, con lonas en las calles, ha acusado a Larrea de las muertes de Pasta de Conchos.
El gobierno anterior y el actual se han puesto incondicionalmente del lado de la empresa. La derrota de Napoleón la han convertido en prueba de su poder. Para ello han utilizado todos los recursos a su alcance. Les falta uno, el último: utilizar la fuerza. Aunque todo indica que estarían dispuestos a llegar a ese extremo; si las fuerzas locales no hacen el trabajo sucio, lo volverán a pensar. Un derramamiento de sangre en Cananea, dañaría el prestigio de Calderón en Estados Unidos, lastimaría a las fuerzas federales en la lucha contra el narco y marcaría un punto de no retorno en el manejo de los conflictos sociales; cuando además, la pradera está seca.
En Cananea debe haber una mediación confiable para llegar a una negociación. Es lo mejor, aunque con tantos agravios parezca imposible. Lo que sí es imposible, es la victoria completa de cualquiera de las partes. Quienes han ofrecido todo a Larrea, incluido el desalojo policiaco, deberían decirle la verdad. Hicimos todo, pero no podemos pagar ese costo político. Díganle la verdad: la capacidad de resistencia de los obreros fue superior a la que previeron. Obliguen al acuerdo. Este es posible. Lo es incluso en lugares donde han ocurrido guerras.
Fuente : El Universal
Manuel Camacho Sólis
Ciudad de México. 27 de abril de 2009
Cananea es, en 2009, una zona de desastre para la política. Lo es por su valor simbólico, pero sobre todo por la incapacidad de un régimen —que aspira a ser democrático— de resolver un conflicto laboral por la vía pacífica, en detrimento de los derechos e intereses legítimos de las partes obrera y patronal.
Desde un principio, la huelga debió de haberse enfrentado por la vía de la conciliación. En una empresa, el diseño de suprimir a una de las partes, es pretencioso e impráctico; sobre todo si la parte que se propone excluir puede defenderse en los tribunales y tiene poder real. Los trabajadores, cuando tienen alguna posibilidad —así sea mínima— de defensa jurídica, determinación para resistir y sus líderes no se venden. El empresario, cuando puede mover su recurso fuera (en este caso explotar otra mina en Perú) y tiene la posibilidad de prolongar indefinidamente el conflicto, aun si ello le representa pérdidas cuantiosas. Cananea es de este género: obreros resistentes y patrón inflexible, llevan a conflicto largo y riesgoso.
Desde que la huelga comenzó, los costos han sido enormes para los trabajadores y para sus familias. También para el patrón. El señor Germán Larrea ha visto disminuido significativamente su patrimonio por la caída en los precios del cobre por la recesión, sus litigios internacionales y las ventas no realizadas por el paro en el momento de los más altos precios.
La dialéctica del conflicto ha polarizado aún más a las partes. Aunque con distintos alcances, la empresa patrocinó una costosa campaña en los medios para acusar a Napoleón Gómez Urrutia de haberse robado 55 millones de dólares y el sindicato, aunque con recursos más escasos, con lonas en las calles, ha acusado a Larrea de las muertes de Pasta de Conchos.
El gobierno anterior y el actual se han puesto incondicionalmente del lado de la empresa. La derrota de Napoleón la han convertido en prueba de su poder. Para ello han utilizado todos los recursos a su alcance. Les falta uno, el último: utilizar la fuerza. Aunque todo indica que estarían dispuestos a llegar a ese extremo; si las fuerzas locales no hacen el trabajo sucio, lo volverán a pensar. Un derramamiento de sangre en Cananea, dañaría el prestigio de Calderón en Estados Unidos, lastimaría a las fuerzas federales en la lucha contra el narco y marcaría un punto de no retorno en el manejo de los conflictos sociales; cuando además, la pradera está seca.
En Cananea debe haber una mediación confiable para llegar a una negociación. Es lo mejor, aunque con tantos agravios parezca imposible. Lo que sí es imposible, es la victoria completa de cualquiera de las partes. Quienes han ofrecido todo a Larrea, incluido el desalojo policiaco, deberían decirle la verdad. Hicimos todo, pero no podemos pagar ese costo político. Díganle la verdad: la capacidad de resistencia de los obreros fue superior a la que previeron. Obliguen al acuerdo. Este es posible. Lo es incluso en lugares donde han ocurrido guerras.
Fuente : El Universal