domingo, 3 de mayo de 2009

HISTORIAS DE LA CALLE


Sexoservidoras en el DF: "En la calle la única mascarilla es el condón"

Trabajadoras sexuales de la zona de Sullivan advierten que "si el sida y otras enfermedades venéreas no nos han apartado del trabajo, no lo hará una 'pinche' gripe que además se cura".

AFP
Ciudad de México. 3 de mayo de 2009


"En la calle la única mascarilla es el condón. Y a veces ni eso porque muchos nos pagan más por no usarlo", admite a la AFP Fátima, una veterana prostituta que ofrece sus servicios en la vía pública de la ciudad de México, pese al brote de influenza que llevó a suspender toda reunión pública.

Si se contempla de noche la calle Sullivan, una conocida zona capitalina de tolerancia con la prostitución, parece que allá jamás se supo de la epidemia de esta gripe que ha alarmado al mundo. Trabajadoras y clientes tienen la cara al descubierto y en ninguno de ellos se adivina un atizbo de preocupación.

"Si el sida y otras enfermedades venéreas no nos han apartado del trabajo, no lo va a hacer una 'pinche' gripe que además se cura. El sida no se cura", dice Fátima, de 40 años, quien la noche del viernes cuidaba de sus compañeras desde un coche.

"Además, ¿qué gripe va a poder con esa chica?", pregunta mientras señala a una muchacha de piernas interminables.

Con ella puede que no, porque los autos casi se suben a la acera para hablarle, pero en líneas generales el temor a la epidemia sí ha perjudicado económicamente a las meretrices capitalinas.

"Normalmente tengo 8 o 10 clientes en la noche. Ahora dos o uno. De tres no pasa. Bueno, ayer fueron siete pero creo que porque era quincena (día de cobro)", reflexiona Jessica, una prostituta de 23 años con dos hijos de seis y cinco años.

Jessica es una 'rara avis' en Sullivan: viste jeans en una reserva de minifaldas y no participa de los corrillos entre 'vecinas', que esta noche son unas 25.

Hace dos meses que vino a parar a la ciudad de México tras perder su trabajo en una fábrica de Puebla, víctima de la crisis económica. Ahora que está en su mano, esta madre soltera no está dispuesta a que otra crisis, ahora sanitaria, le vuelva a impedir ganarse la vida.

"Aquí seguimos siendo las mismas, ninguna ha dejado de trabajar (...) Yo al principio también pensé: 'que no se me acerque nadie'. ¿Pero con este trabajo cómo lo digo?', argumenta con sencillez.

"Por suerte esta semana no me tocó nadie enfermo. Porque si alguien está enfermo se le nota, ¿verdad?", cuestiona también con la mirada.

El relato de una jornada de Jessica espantaría a las autoridades de salud mexicanas, que lo han cerrado casi todo en la capital y están empeñadas en que México salga de la epidemia con mejores hábitos higiénicos.

"No uso tapabocas durante el día. Cuando me levanto voy de tiendas y voy a comer a las fondas (restaurantes), porque sí que abren aunque digan que no. Y aquí en la calle nadie lleva mascarilla. Si alguna la usa, sería igual que si enseñara menos cuerpo que las demás", ilustra la joven.

"En toda la semana solamente un hombre me dijo que iba a usar tapabocas. Y, efectivamente, no se lo quitó. Pero antes de irme me dio la mano, que se yo", explica recordando las súplicas del gobierno para que no haya saludos con la mano o un beso para evitar contagios.

En todo México un 40% de clientes y un 70% de las trabajadoras sexuales se han tomado un descanso obligatorio también debido a medidas policiales restrictivas en una decena de estados, dijo a la AFP Jaime Montejo, coordinador de prensa de la ONG de protección a las prostitutas Brigada Callejera.

De nuevo junto al coche de Fátima, estos cálculos parecen de otro planeta. Pero mejor confiar en la experiencia.

"No por la gripe sino porque el fin de semana tienen que venir con alguna copa de más para animarse y como ahora todo está cerrado", se lamenta.

"Y como prohibieron todo, pensamos que también nos iban a prohibir a nosotras, pero ya les ves", dice señalando a una patrulla que pasa indiferente.

Ante la falta de oportunidades Fátima no se decide, por el momento, a adentrarse en la noche de Sullivan, donde la amenaza de la gripe es más invisible que en ningún sitio.

Fuente : La Jornada

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